Avances recientes en la comprensión de la hepatitis y la respuesta inmune

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La hepatitis es un término que puede sonar amenazador, pero es importante entender qué es y cómo afecta nuestra salud. Este blog te llevará a través de los conceptos básicos del virus de la hepatitis, la enfermedad que causa, su interacción con nuestro sistema inmunológico y los emocionantes avances en su tratamiento. Al final, tendrás una imagen más clara de este importante problema de salud y del progreso que se está logrando.

El sufijo “itis” indica la presencia de inflamación, por lo que su unión con el prefijo “hepato”, indica la inflamación del tejido del hígado. El virus de la hepatitis, a diferencia de la creencia popular, no corresponde a un único virus, de hecho, existen cinco tipos principales: A, B, C, D y E. A pesar de ser virus diferentes, todos atacan el hígado en mayor o menor medida, y pueden llevar a problemas graves en salud. 

¿Qué diferencias hay en cada tipo de virus de la hepatitis? 

Podríamos comenzar hablando de sus diferentes vías de transmisión. El virus de la hepatitis A y E tienen una vía de transmisión conocida como “fecal-oral”, siendo a menudo transmitidos a través de alimentos (hepatitis A) y/o agua contaminada. Generalmente estos dos virus producen una enfermedad aguda (es decir, de aparición y duración rápida), autolimitada, y son causa rara de enfermedad hepática crónica -a excepción del virus de la hepatitis E que puede llegar a ser grave en mujeres embarazadas-. 

La hepatitis B, C y D, tienen un número de particularidades adicionales. Lo primero es que tienen una vía de transmisión distinta, ya sea a través del contacto sangre a sangre (vía parenteral), o través del contacto con otros fluidos corporales infecciosos, ya sea semen o secreciones vaginales, y, por ende, una vía de transmisión sexual. El virus de la hepatitis D tiene algo especial, y es que solo ocurre en personas que ya están afectas por la hepatitis B (pues necesita de este segundo virus para replicarse). Esta es la razón por la que la hepatitis D debe adquirirse posterior a la hepatitis B (sobreinfección), de lo contrario, ambos virus deben ser transmitidos al tiempo (coinfección) para causar enfermedad. 

¿Qué ocurre dentro del cuerpo cuando somos infectados por un virus de la hepatitis? 

No siempre ocurre lo mismo, y curiosamente, no siempre existen síntomas. Lo que, si es cierto, es que los virus de la hepatitis pueden causar una amplia gama de síntomas, desde leves hasta graves.

Cuando la enfermedad es sintomática, es posible sentir cansancio, fiebre, náuseas o vomito, cambios en el color de la orina (oscura) y presentar un tinte amarillento en la piel/ojos (condición conocida como ictericia).

Algo importante a destacar, es que algunas de estas infecciones tienen el riesgo potencial de cronificar. Cuando un virus persiste en el cuerpo, no se resuelve o no se elimina, posee un riesgo de desencadenar problemas futuros. Algunos virus de la hepatitis tienen un riesgo “oncogénico”, es decir, que tienen la capacidad de desestabilizar las células que infectan, y con el tiempo, conllevar a la aparición de tumores o cánceres. 

La hepatitis crónica suele permanecer en silencio durante años, el problema, es que la inflamación constante, de bajo grado, causada por la persistencia del virus, conlleva lentamente a la aparición de fibrosis hepática (cirrosis), que no es más que la cicatrización y endurecimiento del tejido, que va asociado a la pérdida de su función. La fibrosis, adicionalmente, es una situación peligrosa pues constituye un proceso con riesgo de progresión a cáncer de hígado (hepatocarcinoma). Los virus de la hepatitis B y C son los que tienen el potencial de causar esta complicación. De hecho, la hepatitis B crónica afecta a millones de personas y es una de las principales causas de cirrosis y cáncer de hígado. La hepatitis C también es causa importante de estas condiciones, ya que es el tipo que con mayor frecuencia cronifica. 

¿Cuál es la relación de la infección viral con nuestro sistema inmunológico? 

Hemos establecido a través de nuestros blogs como el sistema inmunológico es nuestro mecanismo de defensa frente a agentes externos e internos. Generalmente, tras la infección por los virus de la hepatitis A y E, el sistema inmune elimina el virus sin ningún daño duradero. 

Por otra parte, la hepatitis B y C presentan un desafío más complejo, pues en muchos casos no se logra la eliminación completa y ocurre la cronificación. ¿Por qué pasa esto? La hepatitis B integra su material genético en nuestras células hepáticas, por ende, se vuelve “parte de nosotros”, evadiendo así la respuesta inmunitaria. Por otra parte, la hepatitis C es un virus experto en mutar, lo que dificulta que el sistema inmunológico mantenga el ritmo. 

Estos mecanismos de evasión conllevan a una constante y larga persecución por el sistema inmune que conlleva a la liberación de múltiples sustancias inflamatorias que desestabilizan a nuestro propio ADN y llevan a la creación de ambientes fibrosantes y cicatrizantes. 

La noticia alentadora dentro de este contexto es que las últimas décadas han sido revolucionarias en el tratamiento de la hepatitis

En términos generales, existen vacunas efectivas (aunque no universalmente disponibles) para la prevención de varios de estos virus, siendo esta herramienta, así como la prevención de las transmisión, parte de los pilares fundamental para el control de la enfermedad. Adicionalmente, resulta primordial el tamizaje/screening (chequeo rutinario) en embarazadas y en adultos como parte de una buena atención primaria en salud. 

¿Cómo se tratan los virus de la hepatitis? 

El tratamiento cuando existe enfermedad se basa principalmente en el uso de antivirales e inmunomoduladores. En la hepatitis B, los medicamentos como el Tenofovir y el Entecavir pueden suprimir el virus, reduciendo el daño hepático y el riesgo de cáncer. Estos generalmente se toman a largo plazo para mantener la supresión viral. En cuanto a la hepatitis D, el uso de moduladores, como el interferón pegilado, constituye la opción de tratamiento principal. 

El camino revolucionador ha ocurrido en el manejo de la hepatitis C, donde se ha logrado la conversión de una enfermedad crónica, y a menudo mortal en una que ahora es altamente curable. Anteriormente, el tratamiento estandarizado para la hepatitis C consistía en regímenes con tasas de cura bajas (cerca al 50%), que se complicaban aún más por ser difíciles de seguir dada su alta incidencia de efectos secundarios. 

El año 2013 fue el momento en el que comenzaron a aprobarse tratamientos revolucionarios, unos medicamentos conocidos como “antivirales de acción directa” o DAAs. Con el tiempo, estos medicamentos se han ido perfeccionando, no únicamente en efectividad, sino en su forma de administración, teniendo formas de presentación en píldoras únicas que facilitan el cumplimiento del tratamiento. Adicionalmente, la combinación de varios tipos de antivirales, con acciones distintas (que se potencian), han permitido la creación de esquemas simples, efectivos y accesibles a nivel mundial. La introducción de los DAAs ha tenido un profundo impacto en el pronóstico de la hepatitis C, logrando tasas de cura superiores al 95%, reduciendo los efectos secundarios, mejorando la calidad de vida e impactando en la salud universal al reducir la carga global de la enfermedad. 

El futuro trae consigo grandes esperanzas, no exentas de implicaciones, tales como las tecnologías emergentes en edición genética (ej. CRISPR), que ofrecen la posibilidad de eliminar directamente el ADN del virus de la hepatitis integrado en nuestras células hepáticas, un tratamiento que sería particularmente útil para la hepatitis B. 

Así mismo, existen terapéuticas en creación que buscan la estimulación del sistema inmunológico para combatir el virus. Esto último hace hincapié en la utilidad de compuestos que hacen uso de nuestra propia maquinaria, es decir, de nuestra propia inmunidad para el acecho del virus, por lo que el fortalecimiento constante del sistema inmunológico ya sea mediante suplementación natural como el BIRM, u otras estrategias, seguirá siendo un prerrequisito esencial en el manejo y el desenlace óptimo de este tipo de patologías. 

La relación entre los virus de la hepatitis y el sistema inmunológico es intrincada, con la respuesta inmune desempeñando un papel de doble filo, pero fundamental. Los desarrollos recientes están convirtiendo diagnósticos una vez temidos en condiciones manejables con futuros prometedores. A medida que la investigación continúa, nos acercamos a un mundo donde la hepatitis puede ser efectivamente controlada, si no completamente erradicada. 

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